VÍCTIMAS DE LA INMORALIDAD SEXUAL

Christian Schuartz, en su libro: Hombre sexual, sabiamente dijo: El denominador común de los hombres que aman a Dios que caen en inmoralidad sexual es que no son conscientes de su vulnerabilidad.
No seas descuidado y lee en el siguiente post en la historia de David, como evitar ser víctimas de la inmoralidad sexual

El estridente timbre del teléfono rompió el silencio en mi oficina. El mensaje del que llamaba me partió el corazón. Otro colega ministro había caído moralmente. Un soldado de la cruz que alguna vez se destacó, que había armado a su congregación con la verdad y la había animado a ser firme contra el adversario, por su pecado había desertado vergonzosamente de las filas y le había dado la victoria al enemigo. Incluso antes de colgar el teléfono, las lágrimas llenaron mis ojos.

Una escena antigua relampagueó por mi mente. Una escena que enferma. Un campo de batalla en Israel llamado Monte Gilboa, sembrado de cadáveres de soldados hebreos después de un día trágico de combate contra los filisteos. Entre los muertos yace un hombre alto, veterano guerrero, llamado el rey Saúl. ¡Cómo deben haberse jactado los paganos de Filistea por su victoria sobre el ejército de Dios!

Aunque Saúl había hecho de la vida de David una pesadilla por más de doce años, David lamentó la muerte del rey con palabras que expresaban su angustia: “Cómo han caído los valientes en batalla.”

Sentado allí solo en mi oficina, me pregunté si ese pensamiento habría vuelto para atormentar a David veinte años más tarde. “Cómo han caído los valientes.” Con el paso de dos décadas David había cumplido ya cincuenta años; los años de la edad madura y de prosperidad y favor. A estas alturas no solo había llegado a ser el sucesor de Saúl, sino que había llevado a Israel a nuevas alturas. Ni una sola vez David había sufrido derrota en el campo de batalla. Algunos calculan que sus brillantes campañas militares, y su visionario y sabio liderazgo ampliaron el territorio de Israel a más de diez veces su tamaño original. Los ejércitos rivales temblaban tan sólo al pensar en invadir a Israel. David le dio a la nación una bandera para enarbolar: la estrella de David que flameaba sobre el país mientras los hebreos rebosaban de orgullo nacional. El comercio de Israel prosperaba conforme las rutas de las caravanas se ampliaban a nuevas regiones, trayendo enorme riqueza al tesoro. La crema de esta impresionante prosperidad llenó la copa de David, de modo que cuando cumplió los cincuenta años, disfrutaba de los lujos de un flamante palacio de residencia llamado “El Palacio del Rey.” Entre tanto, él reunió dinero y materiales para construir un templo en honor a su Dios.

El nombre de David había llegado a ser palabra familiar en todo Israel. Los reyes de otras tierras envidiaban su éxito y fama. En esos días, todos habían oído de David. El autor G. Frederick Owen escribió:
Los arameos y amalecitas fueron conquistados. Se abrieron caminos de comercio y llegó mercancia, cultura y prosperidad desde Fenicia, Damasco, Asiria, Arabia, Egipto y otras tierras más distantes. Para su pueblo David era rey, juez y general, pero para las naciones que los rodeaban, él era la primera potencia en todo el mundo del Cercano Oriente, el monarca más poderoso del día.1

Ningún líder se levantaba más alto que David, “El Valiente.”
Entonces llegó el día cuando él vio a Betsabé. Dios preservó en 2 Samuel 11:1–5 el relato del colapso moral de este buen hombre, para beneficio de todos los que vendrían después de él. Pero antes de empezar a hablar de su fracaso, antes de empezar la autopsia de la caída moral de David, permítame ofrecerle una palabra de advertencia. Este capítulo no es meramente un recuento del fracaso de un hombre. No es una ocasión para hacer una mueca de disgusto y menear la cabeza. Este es un mensaje para todos nosotros. En la Primera Carta a los Corintios 10:12 dice: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.”

LA AUTOPSIA DE UNA CAIDA MORAL.
Mire más detenidamente. En medio de “el que piensa estar firme” y “que no caiga,” hay una palabra que relampaguea como luz de advertencia de peligro: “mire.” La palabra griega de esta orden quiere decir “ver con atención.” En otras palabras, “¡Cuidado!” Este estudio no solo analiza la caída de un rey poderoso, sino que también grita una advertencia urgente y oportuna para todo el que piensa que nunca caerá. Rara vez la gente tropieza con cosas que ha estado esperando. Cuando estamos a la espera de algún peligro, prestamos mucha atención.
Para empezar, debemos ver que la caída de David, aunque fue severa, ciertamente no fue repentina. La erosión había debilitado lo que una vez fue fuerte. El pastor y escritor británico F. B. Meyer, dijo sabiamente: “Ningún hombre se envilece de repente.” Tal como ningún matrimonio de repente se rompe, y así como ningún árbol de repente se pudre, y tal como ninguna iglesia de súbito se divide, nadie cae de repente. Hay un debilitamiento. Aparece una grieta en el cimiento. Hay descuido.
Por lo menos tres factores específicos erosionaron la fuerza de David como valiente hombre de Dios.

1. La poligamia debilitó a David.
Los que no han estudiado a este gran hombre, ni este pasaje bíblico, se sorprenden al oír que David tenía como veinte esposas, sin contar sus numerosas concubinas. La Torá enseñaba específicamente que un hombre, en especial si era rey, no debía tomar más de una esposa. David tomó muchas. Tal vez pensó: Después de todo, vivo bajo tanta presión y trabajo tan duro, y he sacrificado mucho para llegar al lugar que ocupo. Por lo menos me toca disfrutar del placer íntimo de muchas mujeres. Para entonces, ¿quién se atrevería a confrontar al rey y destacar algo de su vida privada? Tal vez por eso el pasaje de 2 Samuel 5:13 indica, casi al paso, Y tomó David más concubinas y mujeres de Jerusalén, después que vino de Hebrón …
Aunque aumentó el número de sus esposas y concubinas, las pasiones de David no se redujeron. El rey que tomó la esposa de otro hombre ya tenía un harén lleno de mujeres. La verdad sencilla es que la pasión del sexo no se sacia con un harén lleno de mujeres; se aumenta. El tener muchas mujeres no reduce el deseo sexual de un hombre, lo aumenta; lo estimula. David, siendo un hombre con fuerte apetito sexual, pensó erróneamente: Para saciarlo, tendré más mujeres. Así, cuando llegó a ser rey, aumentó su harén, pero su impulso sexual sólo aumentó.

David ya se había entregado a la lujuria. La poligamia debilitó al rey que en otro sentido era poderoso.

2. El éxito debilitó a David.
 Como hemos visto, el reinado del hombre se convirtió en modelo de liderazgo brillante, por dos décadas. Les dio a hombres escogidos la supervisión de las finanzas, administración y de la defensa militar. Mediante sabia delegación, David multiplicó su influencia sobre Israel. Con un hermoso hogar y familia, un establo lleno de caballos galardonados, una fuerza militar que todos respetaban, y planes para construir un templo para el Señor, ¿quién se atrevería a levantar un dedo para acusarle de algo? Así que, ¿qué si él se casa con unas cuantas más mujeres y sin ruido aumenta el número de sus concubinas? ¿No es eso asunto del rey? La economía es buena y el futuro prometedor … así que ¡déjenlo en paz!

El índice de aprobación de David se remontó al punto más alto; probablemente por sobre el 95 por ciento. Él tenía poder sin rival, un tesoro que se desbordaba, y enorme cantidad de seguidores. Para ese entonces, él se había ya olvidado por largo tiempo los aguijonazos del hambre, el abrasador calor del desierto y las largas y frías noches cuando dormía en cuevas, cuando Saúl buscaba su vida. Los tiempos difíciles tienen su manera de mantener humilde a la persona e inspirarle a trabajar más duro. El orgullo y la holgazanería no hallan cabida en una vida que se vive casi en los huesos. Pero no se equivoque: el éxito y la indulgencia debilitaron a David.

3. La ociosidad debilitó a David.
Imagínese la escena que el escritor pinta en apenas cuatro palabras. “Aconteció al año siguiente.” Afuera de la ventana de David se extienden las verdes colinas exuberantes, vestidas de los deslumbrantes colores de la primavera; que ha despertado a Jerusalén y la ha adornado con frescos colores y la fragancia de las flores. Los campos en camino a otra cosecha extraordinaria rodeaban la ciudad de David, mientras que una brisa suave, entrando en el dormitorio del rey, llevaba la esperanza de nueva vida que surgía de la tierra. Hacía buen tiempo. Todo era encantador. Tranquilo. “Aconteció …” ¡Qué elocuente!
Es más, era “el tiempo que salen los reyes a la guerra.” En esos días los comandantes en jefe no se quedaban en la retaguardia con el grupo de brillantes mentes militares para dirigir la guerra electrónicamente a distancia. Los reyes se vestían con su pesada armadura, llevaban escudos grandes, y dirigían a las tropas a la batalla. El lugar del líder estaba al frente de la pelea en donde se le podía ver. Los soldados no tenían que preguntarse quién estaba al mando. Su rey enfrentaba al enemigo en el frente de batalla, valientemente encabezando el ataque. Pero no esta vez.

David no había visto sino batalla tras batalla por veinte años. Era un hombre de guerra. Vestido con uniforme completo, de seguro sus medallas le cubrirían todo el pecho. Pero este día él estaba en pijamas. El versículo 1 nos dice que David mandó a Joab y a sus siervos a pelear. David no se preocupó por la batalla. ¡Su general, Joab, guerrero astuto, taimado e impávido podía hacerse cargo de eso! Mientras Joab dirigía la batalla, David apenas se levantaba de su cama. Ni siquiera era de mañana. Ya estaba por caer la tarde. Él había estado acostado toda la tarde.

Algo extraño le pasa a la gente al caer la tarde. A esa hora intermedia las tentaciones se aprovechan de la penumbra para velar las consecuencias. Cuidado con las indulgencias menores al caer la tarde. La tragedia acecha en las sombras.
David no estaba durmiendo ese día porque estuviera agotado. Estaba disfrutando de la ociosidad. Hoy diríamos que se sentó con su computador portátil y navegó por la Internet. Y ¿por qué no? Todo estaba bajo control. La nación virtualmente podía marchar por sí sola. Incluso la guerra iba bien. En todas partes, por donde el rey mirara, veía una estatua o un cuadro de sí mismo.

Note de nuevo la hora del día en el versículo 2: “al caer la tarde.” Estar holgazaneando en su bata de cama no era lo que normalmente hacía David al caer las tardes. Sus canciones nos dicen cómo él normalmente disfrutaba el fin de cada día. La canción en el Salmo 55 dice:Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré,Y Él oirá mi voz. (Salmo 55:17)

David normalmente oraba al atardecer, como lo hacía por la mañana y al mediodía. En ese mismo salmo expresa su confianza en Dios: Él redimirá en paz mi alma de la guerra contra mí. (Salmo 55:18) El Salmo 141 tiene una letra semejante: Suba mi oración delante de ti como el incienso, El don de mis manos como la ofrenda de la tarde. Pon guarda a mi boca, oh Jehová; …
No dejes que se incline mi corazón a cosa mala. (Salmo 141:2–4)

Eugene Peterson en su paráfrasis en inglés, The Message (El Mensaje) parafrasea el versículo 4 de la siguiente manera: “No me dejes ni siquiera soñar en hacer el mal o sin querer, caer en mala compañía” (Salmo 141:4).
Pero David no estaba orando; por lo menos no en este atardecer en particular. El rey valiente se olvidó de sus propias palabras en ese salmo. Los eventos de esta trágica tarde cambiarían a David y a su nación para siempre.

No es difícil reconstruir la escena. David bosteza, tira las sábanas, se estira mientras se frota sus ojos, se pasa la mano por su cabello café, y se desliza para sentarse al borde de la cama, parpadea, mira alrededor, nota cómo sus cortinas se mueven con la brisa vespertina, que lo invita a levantarse sin apuro, avanza perezosamente hacia la puerta abierta, y sale a disfrutar del aire abrigado del anochecer en su terraza. Todo está en calma. Él está solo.
De repente oye un chapoteo a la distancia. Oye el canto de alguna soprano. Sus ojos se vuelven en la dirección que sus oídos le indican. Interesantemente, él había estado tan ocupado que ni siquiera había notado quién vivía detrás de su palacio sino hasta esa noche. Ni siquiera sabe el nombre de ella, ni tampoco quién es su familia. Ahora se interesa.

La Biblia nos dice que la mujer “era muy hermosa.” Créalo. Recuerde que David tenía como veinte esposas y un harén de concubinas en su palacio, todas las cuales estaban entre las más hermosas de Israel. Esta mujer debe haber sido despampanante.
Mientras David le clava la mirada estando solo al caer la tarde, perdió toda conciencia de quién era él y de lo que podía pasar si se rendía. Enfocando las curvas del cuerpo de la mujer, se olvidó de todos los salmos que había compuesto. Se olvidó de todas las lecciones que había aprendido. Se olvidó de todo el respeto que se había ganado. Se olvidó de toda la gente que creía en él e inclusive se olvidó de aquellos que en esos momentos estaban orando por su rey. Se olvidó de su familia. Se olvidó incluso de sus propios hijos e hijas, y de los pequeños que jugaban en la calle y que le veían como su héroe; como la estrella de cine de Israel; se olvidó de todo esto. ¡Se olvidó de Dios!

Es interesante, ¿verdad? Cuando luchamos con la tentación, le pedimos a Dios que salga del cuarto. Dietrich Bonhoeffer, en un folleto que se titula simplemente Tentación, describe esto mejor que nadie.
En nuestros miembros dormita una inclinación al deseo, que es tanto repentina como voraz. Con poder irresistible, el deseo se apodera del dominio sobre la carne. Súbitamente un fuego secreto, consumidor, se enciende. La carne arde y está en llamas … En ese momento Dios es muy irreal para nosotros … Él pierde toda realidad y sólo el deseo por la criatura es real. La única realidad es el diablo. Satanás no nos llena de odio hacia Dios, sino de un olvido de Dios..." 2

¡Cuán cierto! David no había dejado de amar a Dios, sino simplemente por conveniencia se olvidó de Él al entregarse a esa mirada persistente de lujuria.
Poco después pregunta: “¿Quién … quién es esta mujer?” Uno de sus comedidos criados acude a su lado para responder. La identificación es más que curiosa. El criado, con mucho tacto, responde: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. (2 Samuel 11:3, énfasis añadido) Las genealogías hebreas por lo general identifican a las personas por su padre, y casi nunca a la mujer por su esposo. Se puede suponer con bastante certeza que el criado sabía lo que David estaba pensando. Tal vez no se sentía con suficiente libertad como para decir abiertamente: “No hagas eso,” así que simplemente dice más de lo que normalmente diría para identificarla; y dice: “Ella es una mujer casada. Ella tiene esposo.”
David conocía sus filas, y no le importó que Urías estuviera en la batalla. Esa circunstancia hizo sus intenciones incluso más convenientes. Raymond Brown, que enseñó por varios años en la Universidad Spurgeon en Londres, añade un pensamiento que ha despertado controversia.

Cuando leemos este terrible relato instintivamente pensamos en la ofensa como pecado de David, pero a esta atractiva mujer no se le puede disculpar por completo. Betsabé fue imprudente y necia, faltándole la habitual modestia hebrea, porque de haberla usado por cierto no se hubiera bañado en un lugar donde ella sabía que la podían ver. Desde su azotea quizás ella habría alzado la vista para ver el palacio real y debía saber que la verían. No basta meramente con que nosotros mismos evitemos el pecado. El Nuevo Testamento insiste en que los creyentes debemos asegurarnos de no ser piedra de tropiezo (Romanos 14:12–13). Si David hubiera ido a la guerra no habría visto a Betsabé esa noche. Si ella hubiera pensado en serio acerca de sus acciones, no hubiera puesto la tentación en el camino de él.3 

Sin lugar a duda la responsabilidad mayor le quedaba al monarca hebreo. Él fue el agresor. Él la buscó. Él abrió la puerta al invitarla. Pero tampoco fue una violación. Ella no peleó. Ella no trató de persuadirlo para que no lo hiciera, ni gritó pidiendo ayuda, ni huyó del palacio para preservar su pureza. El pasaje lo narra con rapidez. “Y envió David mensajeros, y la tomó.” Alguien llama a la puerta. Ella la abre, tal vez envuelta en una toalla o en su bata de dormir, mira la cara del criado del rey y oye: “El rey quiere verte.” El sirviente la lleva ligero y a escondidas por una escalera trasera, al nuevo palacio; ella se desliza en secreto al cuarto, y la puerta se cierra y le echan llave. Un largo abrazo. Besos apasionados. Relación sexual. Pero no amor.

Se nos dice que la mujer se purificó de su impureza y volvió a su casa. David ni siquiera lo pensó de nuevo. La lujuria funciona así. Pero me pregunto si una vez que Betsabé ya estuvo en su casa, se recargó contra una pared, miró hacia arriba, y se preguntó: ¿Qué he hecho? Y también me pregunto si horas más tarde David, en un momento en que había bajado la guardia, sus propias palabras invadieron su mente: ¡Cómo han caído los valientes en batalla! Pero se acabó. Ya está hecho. Estas cosas pasan. ¿Quién va a saberlo? Al amanecer el día siguiente él se lavó las manos en cuanto al asunto, justificó su adulterio, y siguió adelante. Pero no se había acabado. Varias semanas después, alguien llama a la puerta de David con una nota. Las dos palabras de Betsabé lo cambiarían todo: “Estoy encinta.” Ese era el momento de David, su oportunidad, para demostrar que seguía siendo un hombre de Dios. Podía haber detenido el pecado antes de que tuviera la oportunidad de multiplicarse. Él debió haber dicho lo que más tarde le diría a Natán cuando se vio acorralado: “He pecado.” En lugar de reunir a un grupo de consejeros sabios y de confianza, y exponer delante de ellos su fracaso con pleno arrepentimiento, se dio al pánico e intentó controlar los daños.

La mente de David era un torbellino de planes motivados por la carne para hallar cómo tapar su pecado. En lugar de escoger el camino correcto, por doloroso que se vislumbraba, escogió un camino que sólo complicaría las cosas. David tramó concederle al esposo de Betsabé una visita conyugal para que el hijo pareciera de él. Pero el plan le salió mal. Urías, por lealtad a sus compañeros de armas, rechazó la idea de disfrutar algo que ellos no podían disfrutar al momento, y prefirió quedarse a dormir con los criados del rey. Esto debe haber enfurecido a David. El rey cambió al plan alterno y tramó hacer que Urías muriera. Envió una nota a Joab, su general de confianza, por manos de Urías, a quien envió a que volviera a la batalla. Poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y retiraos de él, para que sea herido y muera. (2 Samuel 11:15) No piense que Joab no sabía lo que estaba haciendo cuando puso al pobre peón en el frente de la batalla tal como lo había ordenado David. Poco después, cuando Joab mandó noticias de la batalla a David, añadió en la nota: “Asegúrate de decirle al rey que Urías ha muerto.” Misión cumplida.  

David fingió preocupación por haber perdido la batalla, mientras lanzaba un gran suspiro de alivio. Para seguir con la farsa respondió por medio del mensajero: “Dile a Joab que siga peleando, y que no se preocupe por esto. Estas cosas pasan, pero que él está haciendo muy buen trabajo.” ¡Qué hipócrita! Él sigue actuando como rey aunque se ha convertido en un cascarón vacío de lo que era antes. Thomas Baird escribió una vez:

“Donde no se presta atención al ladrido del perro guardián, pronto se oirá el aullido del sabueso. Cuando se descarta la advertencia de la Conciencia, entonces hay que aguantar las acusaciones de la Conciencia.” 4

¡El sabueso estaba aullando! Urías estaba fuera del cuadro. A Betsabé se le notaría el embarazo muy pronto. Una apresurada farsa de ceremonia nupcial intentó tapar un matrimonio sin amor y de conveniencia. Pronto la flamante reina empezó a pasearse por el palacio en ropa de maternidad. Cualquier adulto puede contar hasta nueve. ¡Qué farsa!

BIBLIOGRAFÍA: 1 G. Frederick Owen, Abraham to the Middle East Crisis, 4a ed., revisada (Grand Rapids, Mich.: William B. Eerdmans Publication Co., 1957), 51.
2 Dietrich Bonhoeffer, Creation and Fall/Temptation: Two Biblical Studies (Nueva York: Touchstone, 1997),132.
3 Raymond Brown, Skillful Hands: Studies in the Life of David (Fort Washington, Penn.: Christian Literature Crusade, 1972), 99.
4 Thomas Baird, Conscience (Nueva York: Charles C. Cook, 1914), 24.
Charles R. Swindoll, Liderando con Pureza, ed. Cynthia Swindoll, Del Ministerio de Enseñanza Bíblica, (Frisco, TX: Visión para Vivir, 2011), 1–18.

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